Mi primer día de trabajo en Mallorca

Un nuevo trabajo puede ser estresante. Un nuevo trabajo en un país extranjero son palabras mayores. Anna Mason describe el primer día de su trabajo temporal como terapeuta en el Spa del Hotel La Residencia.

Cuando descendí con mi coche del ferry en el puerto de Palma un precioso día de abril tras un extenuante viaje de dos días de duración que comenzó en el norte de Inglaterra, me di cuenta de que no tenía ni idea de adónde ir. Después de todo el revuelo de las últimas semanas, preparándome para vivir en otro país, pasé por alto el hecho de que mi viaje no acababa tras desembarcar. Todavía me quedaba llegar al pueblo de Deia, ubicado en la Serra de Tramuntana.

Contaba únicamente con un mapa turístico, que señalaba claramente la ubicación de los parques acuáticos y las fábricas de calzado pero que no mostraba las carreteras secundarias, así que me dirigí un poco a ciegas hacia la transitada carretera de circunvalación de cuatro carriles a lo largo de la bahía.

Había dormido un poco durante la travesía nocturna y me sentía lo suficientemente despierta como para disfrutar del resplandeciente mar y percibir el aire tibio que entraba por la ventana. Sin embargo, la sensación de pánico iba en aumento. Se suponía que tenía que haber llegado ayer para empezar a trabajar, pero perdí el ferry en Barcelona y tuve que esperar 24 horas al siguiente, así que solamente tenía un poco más de una hora para llegar al hotel a tiempo para comenzar mi formación.

No hay nada que presione más que el tic-tac del reloj para acrecentar la desesperación de estar perdida sola en carreteras de otro país. Tras varios cambios de sentido en los corrientes suburbios de Palma, finalmente encontré mi camino y comencé a ascender por la carretera de montaña que lleva al pueblo de Deia, que en el futuro recorrería innumerables veces y que cada vez me haría enamorarme del exuberante y dramático paisaje y de las asombrosas vistas al mar. Sin embargo, en aquel momento, estaba tensa y preocupada únicamente por llegar.

Michael Douglas, Catherine Zeta Jones, Claudia Schiffer, Leonardo Di Caprio, la princesa Diana, Kate Moss y muchos más. Todos habían recorrido esta misma carretera en sus elegantes medios de transporte. Seguía avanzando en mi pequeño Honda, a través de la magnífica Valldemossa, la ciudad donde residió Chopin, ascendiendo cada vez más,hasta que divisé con enorme alivio Deia tras unas curvas más.

El calvario todavía no había finalizado. Aparcar en Deia es tremendamente difícil. Estacioné en una empinada calle lateral junto al hotel, destruyendo una gran maceta durante la maniobra. Tras tomarme cinco minutos para recomponerme, arreglar mi pelo y maquillarme un poco, crucé la puerta delantera, esperando tener al menos un aspecto aceptable. Llegaba tarde unos 20 minutos. Estaba mal el primer día de trabajo, pero podría haber sido peor dadas las circunstancias. Me sentía muy tensa. Aspiré el aroma de los arbustos de lavanda que presidían el camino y traté de no llorar por el estrés y el cansancio.

Un jardinero me dijo “hola”, sonriendo e inclinándose mientras barría. Su arrugado rostro era amable y dulce  y su postura era desgarbada, algo que contribuía a que sintiera más ternura por él. El personal mallorquín, del que él formaba parte, resultó ser una de las mejores cosas de trabajar en La Residencia. Tras varios “holas” más y docenas de escalones de piedra más tarde (el spa no podría estar situado en un punto más alto), finalmente llegué.

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